El día de la fecha
concurrimos con mi esposa, mis hijos y sus novios, al centenario de la
escuela N° 12 de Ingeniero Sajaroff. Fue muy emocionante poder asistir
con mi descendencia y revivir en esas añosas aulas que no han cambiando
mucho los momentos tan bellos que siempre he atesorado en mi corazón.
Ciertamente, mientras se desarrollaba el emotivo acto, no pude dejar de
observar las baldosas que cobijaron nuestros pies del barro, ni el techo
que nos protegía de la intemperie. Esta escuela, templo del saber para
nuestros primeros pasos en la formación intelectual y espiritual, ha
servido de refugio para muchas generaciones de un pequeño pueblo, que
mantiene viva su esencia. El decoro de sus habitantes y el homenaje que
nos rendimos, pues todos fuimos y somos parte de esto ,es otro gran lujo
de mi vida. No puedo dejar de destacar el clima de emoción y respeto
para las auténticas formadoras, nuestras abnegadas maestras que
dedicaron toda su vida a instruirnos.
La organización fue impecable y
planeada con mucha antelación. Quiero agradecer públicamente a todos
aquellos que hicieron que este encuentro fuera posible. En especial a su
director el Sr. Blanc, Nancy y su esposo, Mirta Ideses y su esposo, que
trabajaron muchísimo, y al resto de la comisión que colaboró. Dios los
recompensará.
Es importante destacar que hoy no sólo se homenajeó a
una escuela, que es y nunca podrá dejar ser piedra, sino a todas
aquellas almas que dieron cuanto estaba y mucho más a su alcance para
mantener impoluto los principios que fundaron a esta gran Nación. Es un
orgullo ver que los ex alumnos de esta institución hoy son mujeres y
hombres de provecho. En estos tiempo tan difíciles, donde prima el
facilismo, es importante reivindicar el esfuerzo, trabajo, dedicación
que tantos han dejado bajo el barroso patio de mi amada escuelita.
Por
último, y sin ánimo de ser reiterativo, comparto con ustedes una
reflexión que me suscito el minuto de silencio. Retumbaba en mis oidos
lo que decía Lidia Isac: la pereza es amiga de la pobreza. Frase que se
ha transformado en un imperativo de mi vida cotidiana. Ojalá esto llegue
a los jóvenes que son nuestro futuro. Nuestro tiempo ya está casi
extinto. Después de todo, lo único que queda del ser humano son sus
obras, y nosotros somos un testimonio del sueño que comenzó un 7 de
octubre de 1912, en un pequeño pueblito, conocido como La Capilla.
Lástima
que para los doscientos años no estaremos en este mundo terrenal, pero
Dios nos reunirá en el cielo. Saludos, gracias, mil gracias.
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Al menos una vez en la vida hay que vivir ésto, un viaje al pasado, en el presente... EXCELENTE
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